jueves, 28 de mayo de 2009

SOÑAR CON MUERTOS


Desde que murió mi abuela, la última de la línea de mis antecesores no hice más que soñar prácticamente cada noche con que volvían vivos, con que no habían muerto y se me armaba un lío en mi mundo cotidiano. Lo curioso es que no sólo soñaba con mi abuela sino también con mi abuelo, fallecido diez años antes. Me despertaba sin angustia pero preocupada. Una mañana me desperté con la sorpresa de haber tenido un sueño que indicaba que mi inconsciente aceptaba la partida de mi abuela. Esa mañana, justamente, tenía mi sesión de reflexología holística con Pablo y ocurrieron muchas cosas. Le conté entusiasmada mi cambio y un hecho más significativo aún, que apenas me desperté y recordé el sueño sonó el teléfono y el abogado de la sucesión me pidió un papel que oportunamente mi hermano me había dado en custodia, con ese papel se terminaba de reunir lo necesario para iniciar la sucesión. Aquella misma tarde fui a firmar. Mi mundo interno se expresaba en mi mundo externo natural y comprensiblemente. Como yo antes me había quejado ante Pablo que mi tendencia a negar un proceso me hacía mal por eso de no aceptar la partida de mi abuela, él me dio otra lectura y ahí comprendí que mi manera de interpretar los sueños era clásicamente freudiana, tomaba al sueño como un retorno de lo reprimido o como la realización de un deseo, pero ese sueño recurrente contemplado desde la necesidad de mi alma y siguiendo la visión de Bert Hellinger indicaba quizá mi necesidad de tomar la línea de ancestros, tomar en el sentido de ser respaldada, de pertenecer a una especie familiar. Pablo hizo un amplio gesto con su mano para representar a toda una progenie que está a mis espaldas y que me contiene. No se puede avanzar o ir más allá sin ese respaldo y ese respaldo se obtiene cuando se acepta a la familia, cuando no se excluye a nadie. Hace poco más de un año y medio hice mi tercera constelación familiar y pude incluir a mi padre en ella después de muchos años de negación y falta de perdón. Ahora mi alma pedía un cierre y quería incluir a mis abuelos, porque no soñaba sólo con mi abuela sino con los dos, con los fundadores de la familia que me trajo al mundo. Cuando dejé de soñar fue cuando mi alma los incorporó con una reverencia y por eso el mundo tangible se manifestó a través del llamado de un abogado. Por el mismo motivo tantas cosas no logran concretarse en este mundo de tercera dimensión, tantas herencias quedan atascadas y se pierde dinero y bienes porque las almas no trabajaron la relación con sus ancestros. Aceptar, amar e incluir: camino necesario para encontrar la alegría en este mundo en cada uno de nuestros aspectos.





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martes, 19 de mayo de 2009

GENTE EN LA CIUDAD


La primera persona que me llamó la atención fue una mujer que zamarreaba a su hijo. Llevaba otro niño en los brazos y me dio pena, por eso al pasar le toqué la cabeza al niño como un gesto de cariño. La mujer se crispó y me miró con su rostro amenazante. Pensé en ella, en la furia que todos llevamos dentro, a veces aplacada, e imaginé su niñez muy parecida a la que tendrá su hijo.
Luego esos rostros familiares, algunas caras tensas, muy tensas, como si toda la historia vivida y mal interpretada estuviera congelada en su interior. Y después otra vez en una esquina de la avenida Cabildo aquella mujer que imploraba con un tono quejumbroso, esa mujer a la que hace escasas semanas le compré algo parecido a un almuerzo. Recuerdo que pedía comida de una manera lastimosa que no pude menos que ir a comprar algo. Muchos hijos alrededor. Muchos hijos. Y ahora me pareció que ella estaba copiando aquel pedido pero que ya se notaba la imitación. No dudo de que tenga hambre, no, no lo dudo, sin embargo pienso en que ella también se ha detenido en esa esquina y en un gesto que la petrificó. Encerrada en su intemperie no sabe más que pedir. Y sus hijos la copiarán.
Pocas cuadras más allá vi a una mujer con dos hijas, exactamente en la esquina de Cabildo y Juramento. La espalda apoyada sobre la pared, unos cuantos cartones con alfileres y ganchos esparcidos por el suelo, sus hijas limpias, bien vestidas jugando alrededor y ella apenas levantando la vista del libro que leía para controlar qué hacían o donde estaban esas dos niñas. El libro la absorbía y no se preocupaba al parecer que nadie le comprara sus alfileres. Me fijé bien: leía La Biblia. No pude despegar los ojos de esa mujer, estaba envuelta en un silencio enorme. Había una historia allí, una historia que nadie me iba a contar.
En el colectivo apareció el muchacho que tocaba la guitarra, le costó encontrar una partitura o algo parecido a una partitura y un pincullo. Se paró en mitad del colectivo y apoyó su espalda en el caño que da a una de las puertas de salida. Maravillosa su música, guitarra y pincullo. Ahí también había una historia que no iba a llegar a conocer. Cuando terminó la segunda pieza yo inicié el aplauso y otros me siguieron y él se puso tan contento y tan asombrado por el aplauso que me sonrió y me hizo un gesto cómplice de agradecimiento. Me tuve que bajar sin darle nada, no tenía monedas en mi billetera.
La ciudad está viva, la ciudad me insinúa historias que tal vez necesite inventar.


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lunes, 11 de mayo de 2009

LA CASA



Crecí en una casa grande en el barrio de Floresta. Todavía recuerdo aquella tarde en la que mi padre nos llevó a mí y a mis tres hermanos y subimos a la terraza, corríamos de un lado a otro. Nos parecía inmensa en relación a la casa que habitábamos hasta entonces. Fui a la escuela del barrio y tenía cuatro amigas que vivían todas en la manzana de enfrente. La gente del barrio me conocía y pasaba horas en casa de los vecinos, incluso me iba de vacaciones ellos. El barrio era una casa extendida, mi espacio resultaba enorme. Luego, cuando comencé a vivir sola a los 24 años me compré mi primer departamentito. Dios mío, cuánto le costó a mi cuerpo acostumbrarse a las restringidas dimensiones. Pude comprarme un departamento apenas un poco más grande y luego llegué al tan ansiado departamento de tres ambientes con gran balcón. Pero algo faltaba. Yo me había ido acostumbrando por eso de escuchar: una mujer sola es mejor que viva en un departamento. Salvo mi año en Misiones, viví en departamentos, incluso aquel otro año en el centro de la ciudad de Córdoba. Hasta que, ya siendo una mujer más mayor me dije: ¿Y si intento vivir en una casa? Medio mundo me alertaba sobre los peligros de vivir en Buenos Aires en una casa. El pasaje resultó complicado, pero lo hice. Ahora me doy cuenta de que mi personalidad no tolera los departamentos y me acuerdo de que una reflexóloga con quien hice un tratamiento me había preguntado si vivía en casa o departamento y al contestarle departamento hizo una mueca con su boca.
Algo ocurre cuando nos alejamos demasiado de la tierra. Un especialista en Feng Shui me dijo que la gente no debería vivir más allá del piso séptimo, porque va contra nuestra naturaleza humana. Suele decirse que cuando se compra un departamento estamos comprando aire. Antes de vivir en una casa, no pasaban seis meses sin que yo saliera a lo loca a pasarme unas semanas en las sierras de Córdoba. Decía que necesitaba la energía de ese lugar, pero ahora comprendo -porque eso ya no me pasa- que lo que yo realmente necesitaba era el contacto con la tierra. El contacto con la tierra nos vuelve más terrenales, más verdaderos. Eso de ver la ciudad desde arriba cambia la perspectiva. Yo ahora le veo el rostro a la gente, antes desde un octavo piso me sentía demasiado arriba. Esto también me hizo pensar en aquella idea mía de irme de Buenos Aires a vivir otra vez en una provincia, en realidad Buenos Aires no es el microcentro, es una suma de barrios que en muchos casos, como el de Villa Urquiza, se parecen a veces a un pueblo de provincia. Estoy muy cerca de la general Paz y el barrio es antiguo y la gente se saluda y se reconoce aún igual a como ocurría en la Floresta de mi infancia. A veces no hay que irse tan lejos para encontrar la patria. Yo me fui veinte cuadras más allá y no compré aire sino tierra.
Dibujo en ángulo superior izquierdo: obra de Roberto Aizemberg
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lunes, 4 de mayo de 2009

EL VALOR DEL TIEMPO



Leo en la Revista Ñ que un filósofo decide revisar la filosofía occidental desde el marco del pensamiento chino. Interesante eso de salirse de lo propio para desestructurar un pensamiento y ampliar la visión. Y dice por ahí algo parecido a: Se suele creer que no se puede entender el pensamiento chino pero indagando y dándole tiempo a la investigación es posible. Me gustó esa frase de darle tiempo a las cosas. Me pareció que el pensador se había empapado realmente de la visión oriental aportada por China. Porque el gran problema de nuestra cultura es que como nos la pasamos entablando luchas contra todo -porque esa es nuestra forma de relacionarnos- también la hemos entablado contra el tiempo. Y así la gente quiere apropiarse de todo y dice: no tengo tiempo. ¿Cómo no vamos a tener tiempo? El tiempo está, sólo que nos relacionamos equivocadamente con él. Yo personalmente he erradicado esta frase de mi vocabulario y digo por ejemplo: Quiero usar el tiempo para esto en vez de esto. Claro que a nadie le basta el tiempo en la actualidad, en parte por la resonancia Schumann que ha hecho que la vibración se acelere y según dicen vivamos 16 horas en vez de 24 por día y, en parte, porque nuestra ansiedad por llegar a algún lado no nos permite valorarlo verdaderamente. Podemos afirmar que la ansiedad es la enfermedad de nuestra época. Esa ansiedad se apoya en la idea de que para ser hay que hacer, de que la persona vale por las metas que alcanza, entonces por alcanzar una identidad se pierde el sentido de todo, cuando en realidad la identidad está en ser y no en hacer.
A la frase el tiempo es dinero, que en verdad nos gobierna de una u otra forma, los mayas proponían el tiempo es arte. Y lógicamente, si el sentido de mi vida es transformarme para alcanzar más sabiduría y por lo tanto más felicidad, el tiempo es el conjunto de aprendizajes que obtengo para llegar a ningún lugar, porque el conocimiento es un espacio que siempre da lugar a otro y a otro en forma circular, no lineal. No hay una meta fija. El tiempo no es algo que hay que usufructuar o algo que hay que derrotar para llegar a un sitio. Para poner un ejemplo de que en nuestra sociedad el tiempo es vivido como un contrincante al que hay que vencer basta con ver las cirugías estéticas. Estamos equivocados: El tiempo juega a favor del conocimiento si nos amigamos con él y se convierte en un adversario cuando nuestro único foco está puesto en una meta que aspira a ubicarnos por encima de todo. No hay encima de todo en el Universo, en el Universo sólo hay expansión y propósito. No hay dominación aunque temporariamente parezca que sí la hay cuando una estrella colapsa o un meteorito impacta contra un planeta, porque ese hecho da movimiento a otro que luego producirá otro que a su vez alimentará al que fue afectado en un principio. Así el tiempo mirado desde lo amplio no requiere de nuestro apuro. Si observamos una vida entera comprenderemos que luchar contra el tiempo o intentar apropiarse de él no ha tenido sentido. La vida entera se ve cuando ya ha transcurrido, en la figura del anciano. Y qué curioso, eso es lo que nos negamos a ver, la vejez es negada en nuestra cultura. Esta cultura del hacer nos ha metido en un vértigo en el que nos hemos perdido a nosotros mismos y esa confusión nos ha arrastrado, mirar a China o a Oriente es un primer paso para recuperar el sentido de cada cosa, buena idea la de este filósofo que es francés y que se llama François Jullien.
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