Debemos reconocer que el nivel de conciencia actual todavía no tiene conciencia de infinito. Por nuestro modo de percepción recibimos todo fragmentariamente y así calificamos, condenamos, discriminamos, polarizamos. Al parecer seres con mayor evolución entre los que están los santos católicos, los gurúes orientales, los chamanes americanos han poseído, poseen, un grado de esta conciencia de infinito que, por el momento, comienza con la exploración del espacio extraplanetario, pero esto es una metáfora o un primer paso de un salto en nuestro modo de percibir el universo.
Si pensamos que el ser humano medieval concebía a todo su mundo conocido como un fragmento de lo que es nuestro planeta, me refiero a los euroasiáticos especialmente y que un viaje en carabela puso en contacto a dos continentes produciendo un choque de culturas, si además consideramos que los pueblos originarios de América al ver a los conquistadores españoles creyeron que pertenecían a otro plano y no a la tercera dimensión y que de esto no han transcurrido más que quinientos años, luego de lo cual se configura para la especie humana otro diagrama de mundo conocido incluyendo a la tierra en un sistema que la comprende, podemos reflexionar sobre la forma en que nuestra tendencia a fragmentar ha estrechado nuestra cosmovisión. Sabemos que ya ha comenzado para la conciencia media un movimiento de expansión. Aún hoy, a pesar de eso, seguimos atrincherándonos en lo conocido, en lo propio, en lo mío, en lo familiar y de esta forma establecemos para la mente una división entre esto y aquello, así volvemos a achicar nuestra idea del mundo.
En la actualidad nos llegan a la pantalla de nuestra computadora, a las del televisor hogareño, en fotos en diarios, variadas imágenes del Universo tomadas por aparatos que la humanidad construyó y que gracias a los satélites hemos podido alcanzar. Y son asombrosas. Galaxias en forma de espirales en colores evanescentes que desafían nuestro concepto no sólo del espacio sino del tiempo. Nacimiento y colapso de estrellas que ocurrieron hace montones de años luz. Estrellas que vemos aunque ya han muerto. Eso, desde ya, nos permite ubicarnos en un rincón de esta vastedad, nuestro planeta se ve como un punto y dentro de ese punto estamos nosotros en medio de la inmensidad de la raza humana. Esta experiencia visual nos conduce a replantearnos nuestro lugar en el Universo, a minimizar lo que llamamos problemas personales, a repensar a la humanidad en su totalidad y a revisar nuestra lista de prioridades. Obviamente aún no hemos terminado de procesar ese impacto visual, nos va a demandar un tiempo. Así les ocurrió a los pueblos originarios de América cuando vieron a los hombres barbados y a los españoles cuando se encontraron con esa civilización que no era la esperada. Estamos experimentando una suerte de colapso en nuestro antiguo paradigma mientras la tierra acusa recibo como cuerpo vivo del efecto de estas vibraciones, la que nuestras mentes imprimen a nuestros cuerpos y cómo estos repercuten en el cuerpo de la tierra. Este es un temporal que limpiará los aires y no podemos bajarnos de la barca, debemos atravesar, en el lenguaje del I Ching, las grandes aguas. Lo decisivo es la adecuación de nuestro instrumento -nuestra percepción del mundo- a la grandeza deslumbrante de lo que nos rodea y nos contiene. Mientras tanto, las sacudidas son parte del proceso. Sin confianza en lo trascendente es imposible tolerar los percances del viaje.
Si pensamos que el ser humano medieval concebía a todo su mundo conocido como un fragmento de lo que es nuestro planeta, me refiero a los euroasiáticos especialmente y que un viaje en carabela puso en contacto a dos continentes produciendo un choque de culturas, si además consideramos que los pueblos originarios de América al ver a los conquistadores españoles creyeron que pertenecían a otro plano y no a la tercera dimensión y que de esto no han transcurrido más que quinientos años, luego de lo cual se configura para la especie humana otro diagrama de mundo conocido incluyendo a la tierra en un sistema que la comprende, podemos reflexionar sobre la forma en que nuestra tendencia a fragmentar ha estrechado nuestra cosmovisión. Sabemos que ya ha comenzado para la conciencia media un movimiento de expansión. Aún hoy, a pesar de eso, seguimos atrincherándonos en lo conocido, en lo propio, en lo mío, en lo familiar y de esta forma establecemos para la mente una división entre esto y aquello, así volvemos a achicar nuestra idea del mundo.
En la actualidad nos llegan a la pantalla de nuestra computadora, a las del televisor hogareño, en fotos en diarios, variadas imágenes del Universo tomadas por aparatos que la humanidad construyó y que gracias a los satélites hemos podido alcanzar. Y son asombrosas. Galaxias en forma de espirales en colores evanescentes que desafían nuestro concepto no sólo del espacio sino del tiempo. Nacimiento y colapso de estrellas que ocurrieron hace montones de años luz. Estrellas que vemos aunque ya han muerto. Eso, desde ya, nos permite ubicarnos en un rincón de esta vastedad, nuestro planeta se ve como un punto y dentro de ese punto estamos nosotros en medio de la inmensidad de la raza humana. Esta experiencia visual nos conduce a replantearnos nuestro lugar en el Universo, a minimizar lo que llamamos problemas personales, a repensar a la humanidad en su totalidad y a revisar nuestra lista de prioridades. Obviamente aún no hemos terminado de procesar ese impacto visual, nos va a demandar un tiempo. Así les ocurrió a los pueblos originarios de América cuando vieron a los hombres barbados y a los españoles cuando se encontraron con esa civilización que no era la esperada. Estamos experimentando una suerte de colapso en nuestro antiguo paradigma mientras la tierra acusa recibo como cuerpo vivo del efecto de estas vibraciones, la que nuestras mentes imprimen a nuestros cuerpos y cómo estos repercuten en el cuerpo de la tierra. Este es un temporal que limpiará los aires y no podemos bajarnos de la barca, debemos atravesar, en el lenguaje del I Ching, las grandes aguas. Lo decisivo es la adecuación de nuestro instrumento -nuestra percepción del mundo- a la grandeza deslumbrante de lo que nos rodea y nos contiene. Mientras tanto, las sacudidas son parte del proceso. Sin confianza en lo trascendente es imposible tolerar los percances del viaje.
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