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domingo, 2 de enero de 2011

LOS TOBAS EN EL CENTRO DE LA CIUDAD DE BUENOS AIRES





En medio de esa sensación de inminencia y expectación que se percibe cerca del fin de año, llegué hasta la Avenida de Mayo y Nueve de julio en pleno centro de la ciudad de Buenos Aires donde se encontraba un grupo de integrantes de la comunidad Qom, más conocido por nosotros como el pueblo Toba, originario del noroeste argentino. Se asentaron para realizar el reclamo de sus tierras. Habían comenzado una huelga de hambre y buscaban llamar la atención de las autoridades. Y ya sabemos que los funcionarios suelen responder con indiferencia o desgano ante esta clase de reclamos. Por fortuna la prensa ya se había hecho presente. Me acerqué y de inmediato percibí ese silencio, esa dignidad que son manifestaciones de su sabiduría y pertenencia cultural. Lo que más impresiona es su falta de estridencia. Estaban allí en medio de la inmensa avenida, asentados con sus carpas, sus cacharros, sus carteles, su silencio. Recorrí el predio, leí los carteles, todo era para ser reverenciado, eso es lo que los indios imponen estén donde estén. Es su propio sentido de reverencia y respeto que hace que lo que los involucre quede impregnado. Entonces no quise sacarles fotos, no quise nada más que quedarme allí y acompañarlos. Afortunadamente había un petitorio y lo firmé. Después me fui con esa profunda sensación de haberme asomado a un espacio distinto al cotidiano. Su cosmovisión había rozado la mía hasta perturbarla. La historia es muy repetida y ya la conocemos: es una historia de atropello y usurpación de los derechos y bienes de los pueblos originarios de América.
Continué mi viaje. Como era 30 de diciembre desde los altos edificios los empleados tiraban papeles triturados y el aire se llenó de volatilidades. En una esquina un policía se dedicó a leer lo que iba encontrando. Una imagen inusual, un hombre de uniforme agachándose para curiosear papeles. De algún modo el orden de la ciudad pareció trastocarse. Unos pasos más allá las Madres de Plaza de Mayo rodeadas de turistas y periodistas se hacían oír.
Volví al día siguiente, ya era el último día del año. Los tobas estaban en el mismo lugar, cerca de la estatua del Quijote y rodeados más arriba por inmensos carteles luminosos. Volví porque iba a realizarse una marcha, el convenio con el gobierno había sido trazado pero los tobas sabían que no podían darse el lujo de bajar los brazos, la tarea recién había empezado. Algunas personas comenzaron a acercarse. Uno de ellos acuclillado avivaba un cacharrito donde ardían maderas y otras cosas. Es el fuego abuelo, nos explicó. Me pidió que abriera grande mis brazos para recibir un contenido y echó en mis manos apenas un puñado ínfimo, esa fue mi contribución al fuego abuelo. Me dejé estar allí y enseguida el poder del fuego comenzó a invadirme, a trabajar dentro de mí. El hombre murmuraba que ese fuego era el fuego sagrado, el del principio, el que seguirá estando después de nosotros. Nuevamente sentí esa experiencia de lo reverencial. No podía alejarme de ese cacharro y de ese fuego. Y otra vez se escucharon los cantos con quenas y guitarras. Lo curioso es que las dos avenidas laterales habían sido despejadas previamente porque estaba por iniciarse una carrera de gente y gente que llevaba camisetas rojas. Los tobas se pusieron con sus banderas multicolores, sus instrumentos y sus cantos para manifestarse ante los deportistas. Por un momento el espectáculo se volvió inesperado, alucinante. La carrera estaba patrocinada por una poderosa empresa comercial. Y los tobas ahí con sus fueguito y sus cantos. El comienzo de la marcha se fue demorando. Pude escuchar un reportaje que una extranjera le hacia a uno de ellos, el toba le hablaba del respeto a la tierra, a la naturaleza, el peligro de perder muchas especies que son medicina natural. Sospeché que por la cabeza de los funcionarios se les cruzó la mezquina idea de conformarlos con unos lotes, una idea absurda sin duda para un pueblo que entiende a la naturaleza como parte de su identidad, al monte como a un sistema que es preciso mantener vivo para sobrevivir como gente. Era tan simple y tan profundo. Después plantaron un árbol. Ahí, ahí mismo. Un árbol que iba a recordar el paso y la tarea de ellos. Ahora quedaba pendiente consolidar el modo de comunicación entre nosotros, los de la ciudad y ellos, que se volvían a Formosa. Estaban dejando algo tan límpido en el aire, estamos aquí, decían, estamos aquí y no vamos a desaparecer. Entonces, en un ramalazo de la memoria volvió a mí mi propia imagen junto a la comunidad guaranítica de Fracram en la provincia de Misiones cuando yo vivía allí, entre ellos y participaba del saludo al sol por la mañana y al atardecer, también recordé que muchos, pero muchos años atrás, anduve yo por ahí, a pocas cuadras de ese sitio en el centro de Buenos Aires, con un grabador de cinta en la mano. No eran los tobas, eran otros grupos de los pueblos originarios, pero también venían a reclamar. Por aquella época yo escribía en un pequeño diario local y me apuré para alcanzar al líder. De pronto estuvimos uno frente al otro, tuve conciencia de que no podía decir cualquier cosa, una frase superficial, que ellos no lo merecían, por eso le hice una sola pregunta:
-¿Qué piensan ustedes que los habitantes de Buenos Aires deberíamos hacer ante su situación?
Me contestó brevemente. Dijo:
-Aprendan a mirar su propia sombra.






















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lunes, 29 de marzo de 2010

CHILE:CUANDO A NUESTROS VECINOS SE LES VIENE EL MUNDO ABAJO



Los argentinos tenemos una historia particular con nuestros vecinos de Chile, sujeta a las clásicas rencillas de países limítrofes, cierta tensión por cuestiones territoriales, ya sabemos que a los argentinos nos sobra territorio y a los chilenos son un país angosto y largo con menos superficie. Argentinos y chilenos estuvimos a punto de entrar en una guerra durante el conflicto del Beagle, afortunadamente eso no ocurrió, hubiese sido triste y lamentable que dos países con gobiernos dictatoriales cayeran en eso en aquel momento. Cuando la guerra de Malvinas vivimos el doloroso hecho de saber que los chilenos apoyaron a los ingleses contra nosotros, el hundimiento del Belgrano con la cantidad de muertos no fue poca cosa para nosotros. Pero allí estamos, vecindad quizá menos cordial que la que mantenemos con Uruguay, un poquito más tensa que con la de Bolivia o Paraguay. Lo cierto es que frente al desastre del último terremoto los argentinos nos sentimos tan afectados emocionalmente por lo ocurrido a nuestro vecino país como cualquier otro en el mundo. Sin embargo observo lo que pasa aquí cuando miramos ese derrumbe monumental y no puedo evitar reflexionar, no sé muy bien cómo ha repercutido este terremoto en otras partes del mundo, lo que sí puedo observar es que algo inquietante se ha instalado entre nosotros, los argentinos, y el terremoto de Chile parece ser el hito que lo marcó. Veamos.
En los últimos años vimos que Chile creció económicamente a la par de Brasil mientras los argentinos continuamos debatiéndonos en esta continua marcha y contramarcha luego de experimentar cada vez más la pérdida del lugar y los beneficios de lo que nos caracterizó: nuestra bendita clase media. Entonces Chile comenzó a presentársenos como un ejemplo. Era común escuchar: miren cómo Chile avanzó. Y no había envidia en esto, la crisis argentina del 2001 nos llevó a un nivel de conciencia más elevado. Entonces ver que, en un instante, el país más ordenado y limpio de Latinoamérica se convertía en un caos y en un campo de muerte, algo tremendo produjo en nosotros que vivimos hace menos de una década un quiebre equivalente aunque sin terremoto físico: fue un terremoto financiero que sepultó empresas, sueños, la supervivencia de la clase media argentina educada y próspera. Yo diría que todavía los argentinos vemos con perplejidad lo que ocurrió en Chile, estamos como si no hubiésemos salido de nuestro estupor. Chile va a superar este tremendo trance, los argentinos hemos colaborado y lo seguiremos haciendo, pero no estoy hablando de un plano material. Daría la impresión que el espectáculo de Chile, tan cercano, nos sumió en un estado de desesperanza, de inquietud. El orden y la prosperidad chilena se vinieron abajo en un santiamén, quizá de la misma forma que nuestro sueño argentino de pertenecer al primer mundo no hace demasiado tiempo atrás. Los argentinos nos caracterizamos por una gran capacidad para crear, para salir de las crisis, para reinventarnos y a la vez solemos ser incapaces de sostener la bienaventuranza. Somos inteligentes, pero indisciplinados. Tenemos que aprender, Chile fue un ejemplo y ahora todo se vuelve a caer abajo, los argentinos conocemos bien esto de subir y de bajar, de alcanzar una pequeña meta que de pronto se derrumba. Tenemos fama de ser orgullosos o vanidosos, yo diría que ese es el perfil del porteño, no de los habitantes del resto del país y lo ocurrido en Chile nos sorprende una vez más y nos reaviva la última crisis financiera argentina de la que no nos hemos recuperado ni económica ni emocionalmente. Creo que cuando ocurrió lo de Haití nuestra respuesta emocional fue de sorpresa y pena, ahora con lo de Chile es como si admitiéramos que la tierra tiene un gran poder sobre nosotros, que lo impermanente es la condición básica de la vida, que ya nada podemos manejar. Se ha producido un salto de comprensión en nuestra conciencia creo que en la del mundo entero que comienza aceptar que el poder superior de la naturaleza merece ser respetado y honrado, que estamos viviendo paso a paso y de maneras imprevistas las llamadas profecías del 2012. Es extraño pero lo percibo, lo huelo, lo siento. Nuestra comunicación continua con Chile a través de la provincia de Mendoza es una puerta que nos permite mirar el espectáculo del mundo con otros ojos, por eso pienso que las experiencias de cambio climático, las migraciones humanas que se producirán debido a eso, los efectos de tsunamis y terremotos y demás fenómenos predecibles o no, pero inmanejables se convertirán en maestros de toda la humanidad, para que comprendamos en qué planeta vivimos y cuál es nuestro nuevo lugar, un lugar de participación solidaria, de integración igualitaria sustituyendo así el viejo paradigma de dominante dominado que gobernó la tierra y sostuvo la guerra y la destrucción así como la desigualdad y la repartición no equitativa de la riqueza. Obviamente todo lo que ocurre forma parte de un plan y nosotros somos parte de ese plan, aprender a descifrarlo y comprenderlo es un trabajo de nuestra inteligencia, de todas nuestras inteligencias en pos de nuestra evolución como seres humanos. Nuestra más profunda solidaridad con los chilenos que son maestros para enseñarnos la disciplina y también la capacidad de sobreponerse al caos y empezar de nuevo.
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martes, 3 de noviembre de 2009

EN LA FILA DEL SUPERMERCADO




Como siempre especulé en buscar la fila más corta en las cajas del supermercado. De todos modos estoy convencida de que funciona la ley de Murphy: si abandono una caja, esa seguramente irá más rápido que la nueva escogida. Finalmente me ubiqué en una donde estaba la cajera que ya conocía. Afortunadamente se dio el milagro: para soportar la espera la señora que estaba detrás de mí era tan conversadora como yo. Y nos pusimos a hablar de gatos. Ella tenía tres, yo dos. Comparamos la vida de nuestros gatos, compartimos experiencias, narramos anécdotas, intercambiamos información sobre enfermedades gatunas, remedios y veterinarios. Cuando nos quisimos acordar el tiempo había volado y ya nos tocaba el turno de pagar. Mientras iba sacando la mercadería para que la cajera la chequeara, la señora y yo seguimos hablando de nuestros gatos. La cajera también tenía tres gatos, la charla se puso interesantísima. Cuando estaba por irme, antes de saludar a la cajera y a la señora me di cuenta de cómo los animales nos humanizan, cómo sacamos lo mejor de nosotros al relacionarnos con nuestras mascotas. Si hubiésemos hablado del tema familia seguramente nos hubiésemos sentido en la necesidad de contar alguna que otra inevitable rispidez. Pero en la relación con los animales sacamos lo mejor de nosotros y así, nuestras humanidades se pudieron vincular mejor. Los animales fueron un puente para nuestra humanidad. Di unos pasos para irme y me di cuenta de que me había olvidado de algo. ¿Cómo se llamaban los gatos de la señora y los de la cajera? Nos dijimos los nombres, hicimos comentarios sobre el porqué los escogimos. Sí, faltaban los nombres. Nuestros gatos, merecen ser recordados por sus nombres.


Ilustración margen superior derecho: Helga Sermat

lunes, 10 de agosto de 2009

ESO QUE VUELA


Voy caminando por la calle y el viento despeina la melena de la gente, hace flamear echarpes, mueve las copas de los árboles. Pero allí de pronto una bolsa de nylon se alza, ha acaparado el aire dentro de sí y se eleva, se eleva. Es sorprendente. Entonces me acuerdo de una escena de la película “American Beauty”. Están dos adolescentes mirando la filmación que uno de ellos realizó. Se ve la pantalla y comienza la imagen. Al principio no es nada, es una especie de patio, pero luego el viento levanta por el aire una simple bolsa de nylon, una de esas bolsas que dan en los negocios para que transportemos la mercadería. Los adolescentes ven elevarse ese pedazo de plástico de color blanco y se emocionan, se emocionan. ¿Qué los emociona? Podría decirse que el movimiento de la vida, la vida misma. El cambio imprevisto de la vida. Si consideramos esta escena en el marco de la película adquiere mayor sentido. Toda la película con un gesto sumamente sutil, al punto de crear una mirada estética nueva, parodia el modo de vida de una clase social que se basa en la apariencia, el consumismo, la incomunicación en la familia, el descontento frente la propia existencia. Y que justamente algo descartable como una bolsa de supermercado se convierta o, mejor dicho, sea convertida en un objeto de arte gracias a la mirada de quien capturó una imagen en movimiento, dice más de lo que dice.
Esta mañana cuando el viento y yo andábamos por la calle, tengo que reconocer que la bolsa que se alzaba por el aire me subyugó. Siempre me han fascinado los seres que vuelan, sean palomas, otros pájaros, mariposas, ahora sé que representan en un plano material un nivel de la evolución o de la iluminación. En el libro “La nueva tierra” Eckhart Tolle pone como ejemplos de iluminación en el mundo material a un diamante que dejó de ser carbón para transmutarse en algo deslumbrante. Lo mismo ocurrió con otras especies que mutaron en pájaros. Algo milagroso tuvo que suceder de algún modo para que eso aconteciera. A mi terraza llegan muchos pájaros y cada vez más variados, más coloridos, debido al cambio climático y celebro esos fugaces encuentros. Claro que tengo que reconocer que esa imagen de la bolsa adquirió mayor sentido gracias a la película. La película me la iluminó. Del mismo modo que Tolle dice que en el plano material se produce una evolución equivalente a la iluminación o ascensión del espíritu humano, el arte que ha sido creado por los humanos, crea una suerte de juego de iluminación o ascensión cuando la vida nos muestra algo que nos lo recuerda. Una película, un libro, una música, un cuadro le han sumado a la experiencia vital un plus de sentido y en otras ocasiones, simplemente ha sido la puerta o el desencadenante de un proceso de cambio interior.
En todas las culturas hay seres alados que simbolizan elevación, superación del plano habitado, crecimiento, divinidad o como queramos llamarlo. A veces algo considerado un desperdicio obra el milagro. El mundo entero es un milagro con o sin viento, a pesar de los innumerables objetos de desperdicio que depositamos en él. Sólo basta con mirar, sentir, estar atentos. Y esa bolsa que repentinamente vuela tiene su correspondencia en algo que tal vez no podamos vez y que también nos está iluminando sin que una parte de nosotros lo sepa.


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martes, 19 de mayo de 2009

GENTE EN LA CIUDAD


La primera persona que me llamó la atención fue una mujer que zamarreaba a su hijo. Llevaba otro niño en los brazos y me dio pena, por eso al pasar le toqué la cabeza al niño como un gesto de cariño. La mujer se crispó y me miró con su rostro amenazante. Pensé en ella, en la furia que todos llevamos dentro, a veces aplacada, e imaginé su niñez muy parecida a la que tendrá su hijo.
Luego esos rostros familiares, algunas caras tensas, muy tensas, como si toda la historia vivida y mal interpretada estuviera congelada en su interior. Y después otra vez en una esquina de la avenida Cabildo aquella mujer que imploraba con un tono quejumbroso, esa mujer a la que hace escasas semanas le compré algo parecido a un almuerzo. Recuerdo que pedía comida de una manera lastimosa que no pude menos que ir a comprar algo. Muchos hijos alrededor. Muchos hijos. Y ahora me pareció que ella estaba copiando aquel pedido pero que ya se notaba la imitación. No dudo de que tenga hambre, no, no lo dudo, sin embargo pienso en que ella también se ha detenido en esa esquina y en un gesto que la petrificó. Encerrada en su intemperie no sabe más que pedir. Y sus hijos la copiarán.
Pocas cuadras más allá vi a una mujer con dos hijas, exactamente en la esquina de Cabildo y Juramento. La espalda apoyada sobre la pared, unos cuantos cartones con alfileres y ganchos esparcidos por el suelo, sus hijas limpias, bien vestidas jugando alrededor y ella apenas levantando la vista del libro que leía para controlar qué hacían o donde estaban esas dos niñas. El libro la absorbía y no se preocupaba al parecer que nadie le comprara sus alfileres. Me fijé bien: leía La Biblia. No pude despegar los ojos de esa mujer, estaba envuelta en un silencio enorme. Había una historia allí, una historia que nadie me iba a contar.
En el colectivo apareció el muchacho que tocaba la guitarra, le costó encontrar una partitura o algo parecido a una partitura y un pincullo. Se paró en mitad del colectivo y apoyó su espalda en el caño que da a una de las puertas de salida. Maravillosa su música, guitarra y pincullo. Ahí también había una historia que no iba a llegar a conocer. Cuando terminó la segunda pieza yo inicié el aplauso y otros me siguieron y él se puso tan contento y tan asombrado por el aplauso que me sonrió y me hizo un gesto cómplice de agradecimiento. Me tuve que bajar sin darle nada, no tenía monedas en mi billetera.
La ciudad está viva, la ciudad me insinúa historias que tal vez necesite inventar.


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lunes, 11 de mayo de 2009

LA CASA



Crecí en una casa grande en el barrio de Floresta. Todavía recuerdo aquella tarde en la que mi padre nos llevó a mí y a mis tres hermanos y subimos a la terraza, corríamos de un lado a otro. Nos parecía inmensa en relación a la casa que habitábamos hasta entonces. Fui a la escuela del barrio y tenía cuatro amigas que vivían todas en la manzana de enfrente. La gente del barrio me conocía y pasaba horas en casa de los vecinos, incluso me iba de vacaciones ellos. El barrio era una casa extendida, mi espacio resultaba enorme. Luego, cuando comencé a vivir sola a los 24 años me compré mi primer departamentito. Dios mío, cuánto le costó a mi cuerpo acostumbrarse a las restringidas dimensiones. Pude comprarme un departamento apenas un poco más grande y luego llegué al tan ansiado departamento de tres ambientes con gran balcón. Pero algo faltaba. Yo me había ido acostumbrando por eso de escuchar: una mujer sola es mejor que viva en un departamento. Salvo mi año en Misiones, viví en departamentos, incluso aquel otro año en el centro de la ciudad de Córdoba. Hasta que, ya siendo una mujer más mayor me dije: ¿Y si intento vivir en una casa? Medio mundo me alertaba sobre los peligros de vivir en Buenos Aires en una casa. El pasaje resultó complicado, pero lo hice. Ahora me doy cuenta de que mi personalidad no tolera los departamentos y me acuerdo de que una reflexóloga con quien hice un tratamiento me había preguntado si vivía en casa o departamento y al contestarle departamento hizo una mueca con su boca.
Algo ocurre cuando nos alejamos demasiado de la tierra. Un especialista en Feng Shui me dijo que la gente no debería vivir más allá del piso séptimo, porque va contra nuestra naturaleza humana. Suele decirse que cuando se compra un departamento estamos comprando aire. Antes de vivir en una casa, no pasaban seis meses sin que yo saliera a lo loca a pasarme unas semanas en las sierras de Córdoba. Decía que necesitaba la energía de ese lugar, pero ahora comprendo -porque eso ya no me pasa- que lo que yo realmente necesitaba era el contacto con la tierra. El contacto con la tierra nos vuelve más terrenales, más verdaderos. Eso de ver la ciudad desde arriba cambia la perspectiva. Yo ahora le veo el rostro a la gente, antes desde un octavo piso me sentía demasiado arriba. Esto también me hizo pensar en aquella idea mía de irme de Buenos Aires a vivir otra vez en una provincia, en realidad Buenos Aires no es el microcentro, es una suma de barrios que en muchos casos, como el de Villa Urquiza, se parecen a veces a un pueblo de provincia. Estoy muy cerca de la general Paz y el barrio es antiguo y la gente se saluda y se reconoce aún igual a como ocurría en la Floresta de mi infancia. A veces no hay que irse tan lejos para encontrar la patria. Yo me fui veinte cuadras más allá y no compré aire sino tierra.
Dibujo en ángulo superior izquierdo: obra de Roberto Aizemberg
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jueves, 16 de abril de 2009

Facebook o la conciencia horizontalizada


Cuando comencé a formar parte de la página colectiva “Los niños del sol”, conocí a algunas personas muy interesantes, pero no pasé de la primera nota, de dos o tres intercambios. Luego con 101 me pasó que prácticamente no me relacioné con nadie. Más tarde, instigada por la moda, puse mis datos mínimos en Facebook y ahí quedé. Pero no daba pasos, apenas si respondía a las personas que me solicitaban su amistad. Con lentitud llegué por fin a subir mi foto. Y después de que supuse que una amiga a quien he conocido personalmente desde hace años, me borró porque nunca contestaba, comencé a integrarme verdaderamente. Estos sucesos y la práctica alucinante y extraña de entrar en una página donde personas con distintos intereses se mezclan, de este modo por el simple hecho de compartir amigos entramos en mundos nuevos a cada instante, me llevaron a pensar en la eficacia de Facebook para acelerar nuestro proceso de evolución de la conciencia.
Veamos: hasta ahora o hasta no hace mucho, el modo de relación ha sido de persona a persona, o de persona a grupo de personas en casos de clases, recitales, conferencias, etc. Este es un modo lineal o patriarcal de relación. Como la evolución de la conciencia humana es un fenómeno inevitable que en esta época ha entrado en una etapa de aceleración (los mayas decían que en el final de un proceso se acelera la vibración de la energía) hay señales y modos de relación humana que dan cuenta de este cambio. Uno de ellos es la preferencia por la imagen antes que por la palabra, la imagen hace trabajar el hemisferio derecho del cerebro, bastante atrofiado por siglos de primacía de la lecto-escritura. Las relaciones de poder se han ido modificando porque está cayendo el patriarcado y poco a poco se modifica el paradigma, así en vez de ser de arriba hacia abajo, de un patrón autoritario a subordinados, es de igual a igual y no en una sola dirección sino en direcciones múltiples. Asistimos a las videoconferencias, al aprendizaje de niños hacia adultos, de adultos hacia niños, de jóvenes a no tan jóvenes y viceversa. Nadie es dueño del poder, el poder está en todas partes o, en otras palabras, Dios está en todas partes. Internet es la expresión tecnológica de este proceso de cambio que se está produciendo en nuestras conciencias. Y Facebook lo concretiza. Es divertido y enriquecedor ver por ejemplo en una misma página conviviendo a jóvenes que hablan de músicos y a intelectuales de cincuenta años que reflexionan sobre la cultura, la literatura, a gente que al mismo tiempo habla de sus preferencias sobre perros, gatos y comidas. Todo está en un mismo nivel y no es, como decía nuestro eximio Enrique Santos Discépolo en el tango “la Biblia junto al calefón”, es la puesta sobre un mismo horizonte de la importancia de la vida en igualdad, de la importancia de todas las clases sociales, culturales, de diferentes edades para que nuestro cerebro se acostumbre a procesar de un modo distinto, no lineal, no jerárquico y así con el tiempo podamos despertar nuestras capacidades dormidas, nuestro inmenso poder interior.

Obra de Escher
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sábado, 4 de abril de 2009

Huellas Humanas





Suelo indignarme cuando en esta versátil ciudad de Buenos Aires alguien escribe en gruesas letras con tintas indelebles sobre una pared recién pintada. Me duele, lo confieso y me hago mil preguntas: ¿Esa persona no piensa que el dueño o la dueña de la casa gastó dinero para mejorar la apariencia de su vivienda? ¡Cuánta necesidad de expresarse tiene la gente que no se detiene ante nada! ¿Sentirá culpa por dañar así al aspecto de una casa? Y reflexiones por el estilo. En la plaza de mi barrio, Villa Urquiza, recién mejorada, con plantas y bancos nuevos, con rejas muy criticadas por cierto, al monumento central lo llenaron de inscripciones. Intento leer lo que dicen y me sugierenexpresan muy pocas ideas. Pero al parecer la gente necesita decir en forma perdurable lo que necesita decir. Enseguida viene a mi cabeza la canción maravillosa de Joan Manuel Serrat “Por las paredes”. Se ve que a este Serrat de aquel iniciado post franquismo no le molestaba demasiado la falta de urbanidad; fuera de bromas sigo pensando en qué le ocurre al que queriéndose expresar afea todo lo que tenemos a la vista. La verdad es que las frases ya no son muy trascendentes que digamos. Hace poco pasé por el paredón de una iglesia que tenía un cartel en el que podía leerse lo siguiente:



Respetamos su gusto por grupos musicales,
Su pasión por un club de fútbol
Sus preferencias, gustos e ideas de todo calibre
Pero por favor no las escriba sobre esta pared.

Es curioso, amo la expresividad de la gente, pero mi educación prusiana y mi sentido de la estética, más mi defensa del espacio ajeno me ponen los pelos de punta al ver ganchos y círculos y dibujos grotescos que al menos a mí no me sugieren nada. Claro que suelen aparecer paredes maravillosas con verdaderas obras plásticas, allí no hay palabras sino un trabajo estético impresionante, y curiosamente estos trabajos artísticos que me he dedicado a fotografiar no son realizados en viviendas ocupadas ni en paredes relucientes sino en muros o paredones viejos, de modo que le dan un sello personal a la ciudad y la embellecen. Hablo de esas inscripciones hechas rápidamente que al final producen el efecto de una agresión.


Hace unos días me ocurrió algo gracioso. Resulta que Edenor, la compañía privada de electricidad, tuvo que romper mi vereda, primero encontré sobre mi destartalada vereda que el gobierno de la ciudad debe embaldosas de nuevo, unas inscripciones rojas de lo más misteriosas y pensé en la gente que anda haciendo sus estropicios sobre las paredes y me dije: “Qué suerte que dibujó sobre mi vereda rasposa y no sobre mi pared pintada”. Ese día estuve sin energía eléctrica desde la mañana. Así que cuando empezaron los golpes pude asociar las letras rojas con el arreglo y suspiré para mis adentros. Bueno, los obreros dejaron el barrial acostumbrado y tuve que hacer varios llamados telefónicos para que vinieran a poner su pulcra capita de cemento hasta que el gobierno municipal restaurara mi ya consabida maltrecha vereda. Sabemos que el cemento tarda en secar. Pues bien, yo iba a espiar ese secado a cada rato, no tenía más que asomarme por la puerta de entrada para hacerlo. ¿Pero qué veo? Alguien había escrito sobre el cemento fresco unas palabras que no quiero recordar al lado de un corazoncito. ¡Para qué! Salí con una palita a ver si podía alisar otra vez el cemento y borrar las inscripciones. Lo logré malamente. Luego al asomarme otra vez descubrí que había marcas de zapatillas a pesar de que los obreros habían puesto soportes con cintas indicando que eso debía secarse. Salí a la calle y le hablé al aire:
-¿Cómo es que no ven esto? ¿No notan que se está secando? ¿Por qué pisan?
Pasaban señoras con perritos y algunos hombres que no me contestaron. O no se dieron por aludidos o mi tono de voz era demasiado increpante. También alcancé a estirar un poco el cemento. Unas horas más tarde veo marcas profundas de otros pies, de otros tamaños en ambas direcciones-. Hice el mismo procedimiento. Pero luego encontré nuevamente palabras escritas con un nombre firmándolas. Ah, si yo hubiera agarrado infraganti a ese tal Lucas. La cuestión era que se trataba del cuento de nunca acabar. Me fui a dormir aquella noche pensando en lo ridículo de mi actitud y en que tampoco era tan importante, creo que mi dolor por tanta inscripción ciudadana se corporizó en lo que ocurría frente a mi puerta en mi estropeada vereda.
Sin embargo me quedé pensando en la necesidad de la gente de expresar y recordé la fuerte propensión que hay entre los jóvenes de tatuarse el cuerpo. Esto es muy significativo, si la casa es una segunda piel, la piel del cuerpo ¿qué es? Es lo visible a los ojos de los otros. Algo está necesitando la gente decir y quiere ser escuchada. En esas marcas que las personas inscriben en su cuerpo está la alarma frente a una sociedad que todo lo masifica, al tatuarse intentar dejar una señal, intenta decirnos que son personas con ideas y sentimientos y no máquinas para un sistema que pretende igualarlo todo. Significativamente hay una tendencia mundial a quitarle a las marcas de los productos su signo de status social, de supremacía. Si reflexionamos un poco notaremos que en este sistema las marcas son la cara visible del modelo capitalista organiza alrededor del poder monetario y sustentado por la compra venta de artículos de consumo. Con la tan mentada crisis actual hay una búsqueda de las llamadas marcas blancas, menos costosas e igualmente eficientes. Sabemos que un producto se encarece por su costo en publicidad, publicidad que a fuerza de ser repetida frente a nuestros ojos y oídos nos quiere decir que ese artículo por conocido es bueno. Resulta gracioso, al comprarlo pagamos la publicidad que fue un proceso de programación mental que nos hicieron. Me he enterado que al menos aquí en la Argentina muchos productos son los mismos, sólo tienen envoltorios y marquillas diferentes. Lógico, al ver la marquilla que la TV y la radio y los carteles nos dijeron que eran buenas, pagamos gustosos, pero nunca sabemos bien lo que compramos. Estamos comprando una idea, una ilusión. Estamos comprando una identidad social. Pensando en todo esto me dije que esos tatuajes en los cuerpos de los jóvenes intentan comunicarnos que no quieren masificarse, que son individuos originales, y algo de eso hay detrás de los garabatos que a mi juicio afean las paredes. Tal vez estamos demasiado cansados de esta proliferación de signos en las ciudades, sufrimos la llamada contaminación visual, pero algo importante se dice detrás de lo que se dice y su significado merece ser visto y oído.

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