Como siempre especulé en buscar la fila más corta en las cajas del supermercado. De todos modos estoy convencida de que funciona la ley de Murphy: si abandono una caja, esa seguramente irá más rápido que la nueva escogida. Finalmente me ubiqué en una donde estaba la cajera que ya conocía. Afortunadamente se dio el milagro: para soportar la espera la señora que estaba detrás de mí era tan conversadora como yo. Y nos pusimos a hablar de gatos. Ella tenía tres, yo dos. Comparamos la vida de nuestros gatos, compartimos experiencias, narramos anécdotas, intercambiamos información sobre enfermedades gatunas, remedios y veterinarios. Cuando nos quisimos acordar el tiempo había volado y ya nos tocaba el turno de pagar. Mientras iba sacando la mercadería para que la cajera la chequeara, la señora y yo seguimos hablando de nuestros gatos. La cajera también tenía tres gatos, la charla se puso interesantísima. Cuando estaba por irme, antes de saludar a la cajera y a la señora me di cuenta de cómo los animales nos humanizan, cómo sacamos lo mejor de nosotros al relacionarnos con nuestras mascotas. Si hubiésemos hablado del tema familia seguramente nos hubiésemos sentido en la necesidad de contar alguna que otra inevitable rispidez. Pero en la relación con los animales sacamos lo mejor de nosotros y así, nuestras humanidades se pudieron vincular mejor. Los animales fueron un puente para nuestra humanidad. Di unos pasos para irme y me di cuenta de que me había olvidado de algo. ¿Cómo se llamaban los gatos de la señora y los de la cajera? Nos dijimos los nombres, hicimos comentarios sobre el porqué los escogimos. Sí, faltaban los nombres. Nuestros gatos, merecen ser recordados por sus nombres.
Ilustración margen superior derecho: Helga Sermat
Es cierto, Irma. Las mascotas sacan lo mejor de uno y se transforman en puentes para todo. joRGE p.
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