Los programas de recuperación de adicciones establecen como condición indispensable o punto de partida para comenzar la recuperación alcanzar un sentimiento de rendición o lo que más comúnmente se llama “tocar fondo”. Estos programas parten de la base que las personas abusaron de sus cuerpos y sus mentes intoxicándose de diferentes maneras, lo hicieron porque tenían un sentimiento todopoderoso que la adicción no hacía más que fortalecer. En realidad estamos hablando de un orgullo de base o una falta de conciencia de la existencia de un poder superior. Lo uno y lo otro son dos caras de una misma moneda. Pretender manejarlo todo modificando la química de nuestro cerebro mediante el consumo de fármacos o sustancias es jugar a ser Dios. Sin irnos tan lejos, quiero decir sin tomar como ejemplo un adicto a las drogas, un alcohólico, un adicto a la nicotina o a la comida, sabemos que la adicción se manifiesta en diferentes grados. Podemos encontrar un apego o adicción a una idea de ser en el mundo basada en la apariencia, así el consumismo hinca sus garras y se sigue manteniendo: las personas creen que su identidad está puesta en la mirada de los otros y se visten ostentosamente, se suben a grandes automóviles, muestran algo que se puede traducir en un nivel alto de vida, así construyen una prosapia o su falsa idea de superioridad mediante la cual se sienten seguros. Esta creencia fomentó la adicción al trabajo que es una de las formas más aceptadas en la actualidad, algunos artistas también la padecen pero la disfrazan con el nombre de “estoy haciendo mi obra” y detrás de la frase se esconde el orgullo de pretender situarse por encima de los demás, la creencia de una superioridad moral o creativa que no es muy diferente a la de aquellos que intentan elevarse a través del status o la apariencia social. Y obviamente esta creencia y esta conducta se sostienen con sentimientos de individualismo, competencia, envidia, miedo y todas sus variantes.
Escucho con frecuencia la frase: “Estoy en un Camino espiritual. Emprender un camino espiritual o una vida espiritual”. ¿Pero en qué consiste realmente eso? ¿Alcanza con modificar la dieta alimentaria o practicar hatha yoga dos veces a la semana? ¿Alcanza con encontrar un método de meditación, oración o japa? Obviamente todo suma y todos son caminos válidos para encontrar un verdad que no nos entrampe en el enjambre mundano y nos nuble la visión. Pero lamentablemente los humanos estamos en un nivel evolutivo que todavía está guiado por nuestra mente y no ha incluido otras formas de conocimiento en la medida necesaria. Y nos engañamos y volvemos a crear un modo de sentirnos superiores a los otros. Entonces el que no come carne cree que encontró la llave de la evolución y se compara con el otro que aunque medita, aún come carne. Y el que medita se vuelve vanidoso porque alcanzó algunos niveles de percepción intuitiva. También está el servicio, cuando se hace un servicio al semejante sin orgullo el camino está allanado, pero no siempre resulta así, más de una vez surge la comparación y la competencia. Si hay competencia hay violencia por más sutil que sea. “La competencia es violencia”, dijo Gandhi y claro que lo es. La violencia es la no aplicación de la ley del amor que rigen todos los planos de la existencia en el universo. Si hay amor no hay competencia, hay compasión. Detrás de todos estos caminos entorpecidos hacia el conocimiento de la verdad se extiende el orgullo o la falta de humildad y detrás de eso está la creencia de una superioridad por encima de los otros seres. El orgullo se alimenta no sólo de la comparación sino de su paso previo: el aislamiento, es el aislamiento del yo frente a cualquier cosa que no sea ese yo. Y eso lógicamente expulsa la integración que es la manifestación de la divinidad. Entonces nuevamente no hay amor. Cuando el amor aparece vemos todo horizontalmente y anhelamos que el otro sea feliz, no queremos más para nosotros. Esta es una experiencia, es un estado de conciencia y cualquier palabra que digamos al respecto lo único que hará será encontrar un símbolo que siempre estará por debajo de la experiencia en sí. Lo cierto es que para poder experimentar esta clase de amor es imprescindible rendirnos, aplastar ese ego que nos separa del resto, que parcela, que nos enfrenta, que busca superioridades de distinta clase, en caso contrario seguiremos las leyes del mundo: pelear para imponerse por sobre los demás. Así se explica que la condición o base para recuperarse de una adicción sea esto, porque la adicción es la expresión máxima de un mal social, es la encarnación de un síntoma que se expresa en distintos niveles. Llega al cuerpo algo que ya está en el alma. Para poder experimentar el amor es preciso sentirnos parte de algo más grande que nos involucra y nos coloca a todos en el mismo nivel, eso puede ser llamado Dios o poder superior o conciencia colectiva o energía en el sentido de lo aglutinante y común. Si no nos asociamos con este saber, con esta energía haremos de nosotros pequeños dioses que establecerán una lucha contra algo externo que en realidad no es otra cosa que una parte de nosotros. Da la impresión que cada día se hace más y más imprescindible este conocimiento por lo que ocurre a nivel social con las adicciones, por lo que está pasando en la tierra como planeta físico. Todo se mueve y nos horizontaliza, los terremotos tiran todo abajo y los ricos y los pobres terminan casi en las mismas condiciones, casi ya que los pobres económicamente hablando por lo general resultan más afectados, aunque en cierto sentido el del impacto emocional resulte ser el mismo. La experiencia de sentirse rendido ante la vida como paso previo para comenzar un camino de humildad se está volviendo masiva, cotidiana, la tierra con sus movimientos se ha vuelto aliada de este proceso de desestructuración que estamos viviendo, de esta caída monumental del viejo paradigma que se expresa en un plano psicológico, material, espiritual. Necesitamos comprender el proceso para darnos cuenta de que es parte de un camino de apertura hacia lo nuevo, desde ya con dolor, con trabajo, con la necesaria rendición, una y otra vez.
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Ilustración de F Sánchez
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