Ya sabíamos que la tierra iba a continuar moviéndose. En las canalizaciones de Kryon a principios de los noventa se anunciaba esta etapa, la tierra no está ajena al cambio de conciencia colectiva de la humanidad. Las distintas frecuencias vibratorias están interrelacionadas, la materia con su vibración lenta es afectada por la energía más etérica de las mentes. Ningún cambio importante en el planeta tierra puede producirse sin movimiento de polaridades. Aún así, las imágenes del dolor humano por lo ocurrido en Haití nos impactan y producen en las personas distintas reacciones: compasión, profunda pena, angustia, miedo, enojo, indignación. Según el nivel de conciencia de quienes perciben esas imágenes, la reacción emocional será de energía más sutil o más densa.
Hay quienes no comprenden la actitud de los haitianos, ya sea por su violencia o por su apatía. Podríamos decir que las dos responden a una historia de coloniaje y dominación, de esclavismo, una vez más nos enfrentamos a la posibilidad de evaluar la conducta de otro semejante según nuestros parámetros de vida o intentamos ponernos en su lugar y contemplar el mundo desde su perspectiva. Todo me lleva a pensar el terremoto no sólo nos mostró el desastre natural sino que colocó en que este primer plano a la sociedad de Haití frente al mundo, quizá porque el mundo necesita aprender también de eso, aprender a mirar desde una aceptación de la diversidad, aprender a mirar sin desconsiderar la situación histórica de un país que fue reducido por los países dominantes a la condición de servidumbre. La pobreza extrema traslada de generación en generación produce anestesia en el carácter, abulia o una ira contenida que estalla violentamente. Eso ocurrió con nuestros indios guaraníes en América del Sur, por sólo citar a un grupo de los habitantes originarios. Haití no nos es ajeno, es una parte nuestra, una parte de una humanidad que ha sostenido la desigualdad en el planeta con un sistema económico que derrocha por un lado y priva hasta el hambre por el otro. El desastre natural puso al desnudo lo no natural de una sociedad producto del esclavismo. Y lo irónico es que el estado en que se encuentra Puerto Príncipe es semejante a una imagen de ciudad bombardeada, algo muy parecido a la Europa de 1945. ¿Podremos alguna vez como especie humana darnos cuenta de que la guerra es una atrocidad? Esta vez no fueron las bombas humanas y nos aterramos más, pero vivimos viendo imágenes de guerra con cierta naturalidad. Sospecho que la cultura occidental logró que nos familiarizáramos con la guerra y a la cultura la hacemos todos. Haití nos está mostrando muchas cosas que aún necesitamos cambiar dentro de nosotros mismos hacia nosotros mismos, hacia el semejante que tenemos cerca. El uso y el abuso del ser humano convertido en cosa no se da sólo en la guerra y en grandes catástrofes, ocurre a diario en la calle, en la oficina, dentro de las familias, aún no hemos aprendido a respetarnos, a valorarnos, a valorar la vida que tenemos, esto que observamos a través de una pantalla lleva al extremo algo que también está presente en nuestra vida cotidiana y con lo que nos hemos familiarizado también, lo mismo que con las imágenes de guerra. De algún modo hemos naturalizado lo antinatural: la violencia. Solemos tratarnos mal a nosotros mismos creando violencia interna a través de adicciones, mala alimentación, malos pensamientos, violencia que luego hacemos extensiva a otro ser humano, a los niños, a los ancianos, al planeta. Es muy doloroso lo que pasa en Haití, intolerable, pero aunque magnificado nos invita a mirarnos por dentro, aún necesitamos pulir muchas aristas para que el mundo exprese una mayor armonía, esa armonía que está presente en la naturaleza cuando los humanos no interferimos con nuestro accionar. Sin embargo, en medio de este horror, está lo otro: el servicio desinteresado de socorristas, de médicos, de enfermeras, de militares y civiles, más allá de los intereses políticos. Algunos nos enteramos de que la población de Haití está mayormente constituida por niños y jóvenes debido a que la pobreza ha hecho que la expectativa de vida ronde por los cincuenta años. Así que los sobrevivientes son niños y bebés que dan vueltas sin encontrar seres que los protejan ni les den comida. Esto también es un peligro y una invitación para los comerciantes de la trata de personas. Pero hubo algo en medio de todo esto que echó una lucecita. La frontera con República Dominicana es zona caliente, los haitianos tratan de salir de un lugar donde no hay forma de subsistencia ni agua ni techo, pero también desde República Dominicana se registró un contingente de mujeres jóvenes que tienen hijos y que amamantan y ellas hicieron el viaje desde su país hacia Puerto Príncipe, como un servicio: fueron a alimentar con su leche materna a algunos de esos chicos que quedaron sin madre. Este episodio es ya una historia conmovedora y que merece ser rescatada en medio del horror, lo merece igual que esos cuerpos echados sobre el piso, tan parecidos a los que la Madre Teresa levantó de las calles de Calcuta. Esas madres amamantadoras son madres anónimas, son partecitas de la Madre Teresa en un mundo que pide a gritos ser rescatado de su oscuridad.
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