El conocido o divulgado sentido de trascendencia es el que se encuentra en todas las religiones del mundo y es el que sostiene que el cuerpo es un envoltorio de una energía que existió antes de habitar este cuerpo y continuará existiendo después que abandone este cuerpo. Viene a mi memoria una frase de la escritora francesa Simone de Beauvoir que descreía de esto y dijo por ahí que ella y Sastre no encontrarían canaletas entre sus tumbas para encontrarse. Simone no creía en esta clase de trascendencia pero sí en otra no menos importante, que es la trascendencia que permite perdurar en el mundo a través de una obra, de un quehacer o labor que aporte algo a personas con las cuales quien las realizó no tuvo contacto ni conocimiento. Esta clase de trascendencia es la que surge de una actitud dhármica, de un sentido del deber con otros seres humanos, entonces alguien hace algo desinteresadamente sin esperar retribución, se trata de un simple dar o entregar en función del bien común. Y esa acción trasciende a la persona que la ejecutó, ya sea mejorando condiciones de vida de personas aún no nacidas o del planeta como organismo viviente. Es esta clase de sentido de la trascendencia con la que todos y cada uno de los seres humanos debemos comulgar. Lamentablemente la gran mayoría de las personas vive usufructuando los bienes recibidos sin actitud de retribución o compensación, sin la generosidad de brindar un servicio simplemente por el hecho de dar como un acto de agradecimiento ante la vida. Con este sentido de trascendencia simplemente alcanzaría para mejorar las condiciones de vida en nuestro planeta. Si cada persona al irse de este plano hubiese procurado mejorar lo que recibió y no rapiñarlo todo, ya bastaría para que la especie humana evolucionara más o más rápidamente.
Trascender: ir más allá. No implica sólo pensarnos como almas o energías sin tiempo que irán a otro nivel de existencia luego de dejar este de tres dimensiones, ya que nuestro cuerpo también es multidimensional. Percibimos únicamente nuestro cuerpo denso o físico, de modo tal que al no incluir nuestro cuerpo sutil desconocemos nuestras conexiones con otros planos en el aquí y en el ahora. Gracias a estos cuerpos sutiles poseemos otras formas de conocimiento que podemos detectar mediante nuestras corazonadas o intuiciones, claro que esta forma de conocimiento está adormecida, pero está presente porque están nuestros chakras haciendo fluir la energía sutil y funcionando como matriz de nuestro cuerpo físico. Así es que estamos trascendiendo todo el tiempo, aún antes de morir, mientras respiramos, vamos más allá de este cuerpo conectándonos con seres y energías de distintos planos. Al identificarnos con nuestro cuerpo físico perdemos la percepción de este hecho, de allí que las religiones propongan prácticas para activar esta conexión. Trascender entonces es inevitable, la cuestión es hacerlo consciente y vivir considerando nuestra trascendencia como un eje fundamental del estar aquí. No importa si nuestras creencias no adhieren a la idea de una energía preexistente y eterna, porque nuestra acción en el mundo producirá un efecto que afectará inevitablemente a otros de un modo constructivo o destructivo, inevitablemente siempre nuestras acciones nos trascenderán. Si nos hacemos responsables de eso otros seres, a quienes este cuerpo no contactará, se sentirán agradecidos. Y con eso se justifica una vida, que no es poca cosa.
Trascender: ir más allá. No implica sólo pensarnos como almas o energías sin tiempo que irán a otro nivel de existencia luego de dejar este de tres dimensiones, ya que nuestro cuerpo también es multidimensional. Percibimos únicamente nuestro cuerpo denso o físico, de modo tal que al no incluir nuestro cuerpo sutil desconocemos nuestras conexiones con otros planos en el aquí y en el ahora. Gracias a estos cuerpos sutiles poseemos otras formas de conocimiento que podemos detectar mediante nuestras corazonadas o intuiciones, claro que esta forma de conocimiento está adormecida, pero está presente porque están nuestros chakras haciendo fluir la energía sutil y funcionando como matriz de nuestro cuerpo físico. Así es que estamos trascendiendo todo el tiempo, aún antes de morir, mientras respiramos, vamos más allá de este cuerpo conectándonos con seres y energías de distintos planos. Al identificarnos con nuestro cuerpo físico perdemos la percepción de este hecho, de allí que las religiones propongan prácticas para activar esta conexión. Trascender entonces es inevitable, la cuestión es hacerlo consciente y vivir considerando nuestra trascendencia como un eje fundamental del estar aquí. No importa si nuestras creencias no adhieren a la idea de una energía preexistente y eterna, porque nuestra acción en el mundo producirá un efecto que afectará inevitablemente a otros de un modo constructivo o destructivo, inevitablemente siempre nuestras acciones nos trascenderán. Si nos hacemos responsables de eso otros seres, a quienes este cuerpo no contactará, se sentirán agradecidos. Y con eso se justifica una vida, que no es poca cosa.
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Obra de margen superior izquierdo: Tito de Francisco
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