En más de una ocasión sonó el teléfono y alguien que venía desde mi pasado se hacía oír. Podía tratarse de alguna compañera de estudios, un antiguo amigo, seres que compartieron mi vida muchos años atrás. Ocurrieron varios sucesos. Lo cierto es que las relaciones siempre tendían a establecerse como en el momento en que se produjo la ruptura. Así la compañera del secundario parecía una muchacha de quince años que hacía bromas aunque ya tuviera cuarenta cumplidos, el amigo pretendía encontrar alianzas que costaba rastrear y cosas semejantes. En medio del reencuentro, entre las dos personas y la vida se había interpuesto el tiempo. Y el tiempo lo único que hace es producir cambios. Yo siempre he abrigado la ilusión de que la otra persona cambiaba igual que yo y tal vez eso era así, sólo que al intentar reanudar el vínculo parecíamos congelados en una situación pasada, perdida, sólo podíamos relacionarnos a partir de la memoria y no del presente.
Final: En realidad venimos de Dios y hacia Él retornaremos, según los astrofísicos todo se desprendió de un solo átomo que no ha hecho otra cosa que expandirse. Los que seguimos un camino de evolución consciente hablamos de “Volver a casa”, de “recordar lo que somos y hemos olvidado”. Me pregunto si esto nos pasa con personas conocidas en este plano y en esta encarnación, ¿cuán dificultoso será para nosotros recordar nuestra esencia? Al parecer para resucitar el Dios interno hay que vivir el presente, de la misma manera que para reencontrarse con un antiguo amigo pero nuestra configuración mental suele refugiarse en lo conocido para establecer contacto. Este es un tema para reflexionar, para preguntarnos una vez más desde dónde nos relacionamos con lo que nos rodea, sean personas, objetos, objetivos o metas. ¿Es la costumbre, lo conocido, lo ya transitado lo que marca el eje de la relación? Entonces no encontraremos nada nuevo. Nuestra mente está diseñada para la supervivencia física, el cerebro responde a sus patrones habituales. A Dios no se lo encuentra a través de lo rutinario, de lo seguro, de lo repetitivo sino en esos caminos intrépidos. Tengo la sensación de que lo que se está jugando en este momento evolutivo es eso: revolución o continuidad. ¿Aceptamos el reto de que todo no siga respondiéndonos igual por seguridad y temor? Si lo aceptamos, lo nuevo está allí con su rostro divino. Y cuando decimos Dios estamos lejos de esa representación patriarcal que asemeja a una suma de valores trascendentes a una figura humana. Cuando decimos Dios estamos diciendo toda esa fuerza que sustenta el Universo, un universo múltiple, infinito y por infinito inabarcable, expandiéndose, regido por un principio sustentador sin el cuál tanta versatilidad y riqueza no serían posibles. Einstein hablaba de Dios desde una visión científica. Es hora que entendamos a la divinidad cercana a la ciencia y a lo trascendente, alejándola de la superstición pero no de la magia, alejándola al mismo tiempo de una visión escolar. Ahora, más que nunca a la luz de la astrofísica y con los aportes de la física cuántica Dios se nos ha hecho más cercano y tal vez más comprensible. Dios es lo que no puede manejar nuestra voluntad humana, la rigidez de operar desde lo ya experimentado nos distancia de esa comprensión y a veces o mejor dicho casi siempre, un simple amigo que vuelve del pasado nos permite descubrir hasta qué punto necesitamos flexibilizarnos.
Final: En realidad venimos de Dios y hacia Él retornaremos, según los astrofísicos todo se desprendió de un solo átomo que no ha hecho otra cosa que expandirse. Los que seguimos un camino de evolución consciente hablamos de “Volver a casa”, de “recordar lo que somos y hemos olvidado”. Me pregunto si esto nos pasa con personas conocidas en este plano y en esta encarnación, ¿cuán dificultoso será para nosotros recordar nuestra esencia? Al parecer para resucitar el Dios interno hay que vivir el presente, de la misma manera que para reencontrarse con un antiguo amigo pero nuestra configuración mental suele refugiarse en lo conocido para establecer contacto. Este es un tema para reflexionar, para preguntarnos una vez más desde dónde nos relacionamos con lo que nos rodea, sean personas, objetos, objetivos o metas. ¿Es la costumbre, lo conocido, lo ya transitado lo que marca el eje de la relación? Entonces no encontraremos nada nuevo. Nuestra mente está diseñada para la supervivencia física, el cerebro responde a sus patrones habituales. A Dios no se lo encuentra a través de lo rutinario, de lo seguro, de lo repetitivo sino en esos caminos intrépidos. Tengo la sensación de que lo que se está jugando en este momento evolutivo es eso: revolución o continuidad. ¿Aceptamos el reto de que todo no siga respondiéndonos igual por seguridad y temor? Si lo aceptamos, lo nuevo está allí con su rostro divino. Y cuando decimos Dios estamos lejos de esa representación patriarcal que asemeja a una suma de valores trascendentes a una figura humana. Cuando decimos Dios estamos diciendo toda esa fuerza que sustenta el Universo, un universo múltiple, infinito y por infinito inabarcable, expandiéndose, regido por un principio sustentador sin el cuál tanta versatilidad y riqueza no serían posibles. Einstein hablaba de Dios desde una visión científica. Es hora que entendamos a la divinidad cercana a la ciencia y a lo trascendente, alejándola de la superstición pero no de la magia, alejándola al mismo tiempo de una visión escolar. Ahora, más que nunca a la luz de la astrofísica y con los aportes de la física cuántica Dios se nos ha hecho más cercano y tal vez más comprensible. Dios es lo que no puede manejar nuestra voluntad humana, la rigidez de operar desde lo ya experimentado nos distancia de esa comprensión y a veces o mejor dicho casi siempre, un simple amigo que vuelve del pasado nos permite descubrir hasta qué punto necesitamos flexibilizarnos.
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