viernes, 22 de abril de 2011

EL LADO OSCURO DE LA LUNA



Ha sonado el teléfono y yo levanté el tubo. Una persona conocida me habla. Estoy centrada en mí y la escucho. Al principio todo parece estar bien, esta persona me cuenta sobre su vida, sobre lo que siente, aunque su estado de ánimo no es feliz ni armonioso la escucho con atención porque me está hablando de lo que ella ha encontrado en su interior. Pero luego comienza a hablar de otra persona, la conversación viró velozmente hacia fuera y su tono se ensombreció más y percibo su respiración un poco más agitada, cierto enojo y entonces sé que está criticando a esa persona. Al cabo de un rato descubro que estoy escuchando hablar de alguien que no conozco y que posiblemente no conoceré nunca. Pero tampoco tengo la posibilidad de conocerla a través de esta conversación porque es la visión distorsionada de alguien enojado. Me pregunto qué estoy haciendo con el teléfono en la mano. Ya sé que no existe comunicación sino la descarga de energía densa de alguien que no sabe qué hacer con sus propias sombras y las proyecta para afuera. Primero proyecta su sombra en la figura de un tercero y doblemente lo hace al utilizarme a mí como escucha. Me pregunto qué puedo hacer para que esta persona abandone esa actitud destructiva y se vea a sí misma y también me pregunto con tristeza hasta cuándo tendré que recibir lo que no me corresponde. Y qué energía hay en mí para que haya atraído esto que me ocurre. Y de inmediato me surge para qué, para qué estoy viviendo esto, qué necesito aprender de ese ser que me habla, qué necesito cambiar en mí para ayudarle al otro a cambiar en todo caso, para que existe transformación y no propagación de una forma socialmente aceptada de eso que llamamos “mal”.
A veces la comunicación no se basa en destruir la imagen de alguien sino en emitir juicios sobre situaciones y personas. De igual manera quien está hablando se aleja enormemente de sí misma, desplaza su energía y eso que es juzgado no es más que una excusa para su huida. Siempre siento tristeza cuando la gente desaparece y utiliza su mente para hacerlo. Por qué estar en el mundo tiene que ser necesariamente un ejercicio de destrucción. Entonces le sugiero:, “Contame de vos, decíme cómo estás vos”. A veces la persona acusa recibo y se da cuenta y un orden medianamente amoroso vuelve o se instala, pero en muchas otras ocasiones no puede escucharse a sí misma y sigue proyectando. Cuando la conversación telefónica finalece, esa persona tal vez encuentre un alivio momentáneo, pero no ha habido modificación sino una profundización de su energía densa. No le ha servido para nada haber levantado el tubo del teléfono, más que para hacer más profunda su desarmonía y alejamiento de su ser interno.
No hemos llegado todavía a comprender qué fuerza tiene todo lo que hacemos con nuestras palabras, si intensificáramos ese impulso terminaríamos atacando a la persona de la que hablamos mal, pero no se trata de la persona sino de nosotros, de que no podemos saber qué nos ocurre en el interior y expulsamos hacia fuera eso que no somos capaces de aceptar, una cáscara que nos impide conectarnos, sintonizar nuestra propia luz. Una verdadera lástima. La luz está allí y escapamos de ella con torpeza. “Poner la otra mejilla”, de eso se trata, ver todo desde otro lugar, salir del modelo mental, incluir la totalidad en la mirada y no sólo este ángulo, el propio. Poner la otra mejilla, iluminar el lado oscuro de la luna.

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lunes, 4 de abril de 2011

TRASCENDER DEL MATERIALISMO



De tanto en tanto las personas que estamos en este camino al que llamamos “espiritual” solemos mirar el mundo o recordar una experiencia y asombrarnos una vez más de que esa dimensión invisible llamada “de las energías sutiles” se nos revele en su fuerza y poder determinante. Lo sabemos, sí lo sabemos, lo hemos experimentado y sin embargo el viejo paradigma nos sujeta desde atrás. De algún modo aún estamos con un pie aquí y otro allá. Si bien somos seres multidimensionales este habitar la tierra con los pies en el suelo nos lleva muy a menudo a identificarnos con nuestro rol social, con eso que no somos en esencia. El quehacer cotidiano, la obtención de la manutención básica, el empeño por la subsistencia material pulsa nuestra caminata. Toda nuestra cultura está apoyada en el materialismo. No desconocemos que el patrón que decide el rumbo de nuestra vida no está allí, en cierta manera podría decirse que lo olvidamos, por eso las grandes religiones y las corrientes espirituales insisten en la importancia de mantener la conexión con la fuente, con el concepto de Dios, con eso que no se ve. Quizá también por eso el Universo cada tanto nos da un regalo que nos refuerza esta conexión, que nos hace saber que lo invisible marca cada uno de nuestros pasos, más que un regalo es un recordatorio. Es algo parecido a despertarse en la mañana y tomar conciencia de que el espacio que acabamos de dejar era onírico, puros sueños surgidos de nuestra mente inconsciente. Posiblemente en estado de vigilia tengamos que recordar que esta vida de ojos abiertos también es un sueño del que despertaremos al desencarnar, al volver a la Fuente. Krishnamurti insistía en la importancia de recordar a la muerte como esa amiga que nos ilumina, pero no se refería únicamente a la gran muerte sino a ese quiebre del orden cotidiano que es una estructura que nos armamos, que nuestra mente racional creó y que por cierto no es menos ilusoria. Los hindúes veneran a Shiva, la forma de la divinidad que representa el estado de la energía rompiendo su forma para dar origen a algo nuevo. No es Vishnu que sostiene el proceso de continuidad ni Brahma que da origen a lo que antes no estuvo. Las formas de la energía constituyen la vida, pero la que más nos cuesta aceptar debido a nuestro apego a lo estructurado es la representada por Shiva, por eso los hindúes lo llaman Maheshwara, el grande. En Shiva podemos representar la ruptura de ese orden cotidiano que no es lo que en verdad nos sustenta, estamos s sostenidos por una energía prodigiosa que debido a su fuerza y continuidad llamamos “amorosa”. Ahí está Dios y nos permea en todos los planos y dimensiones. Recordar y despertar son sinónimos. Recordemos y despertemos a cada instante en la eternidad del presente que es lo único que realmente nos pertenece.